Quejarse de Caracas es perder el tiempo. Para los que somos del
resto del país, ir a Caracas es sinónimo de tragedia. Es saber que te vas a
encontrar con mucho tráfico sea la hora que sea; ir a Caracas es no saber si
llegarás a tiempo. Es un castigo socialista.
Cuando era niño soñaba con vivir en Caracas. Luego crecí de la mano
de un sistema de gobierno que todo lo complica y que ha creado la mayor
burocracia de nuestra historia y con ello ha acrecentado la centralización
institucional. Aquel sueño se convirtió en una lejana pesadilla.
Con los trámites migratorios tuve que ir a Caracas unas 8 veces. Salir de mi casa a las 3 de la madrugada para llegar a las 8 de la mañana, no es nada grato de recordar. En
cada Ministerio fue una experiencia distinta. No puedo quejarme de los
funcionarios pues en líneas generales fui bien atendido y me entregaron mis
documentos con puntualidad, aun así hay mucho por mejorar.
Caracas es una ciudad que hoy por hoy no está hecha para vivirla ni
disfrutarla.
Impresionantes obras de vialidad construidas en gobiernos pasados
hoy por hoy siguen en pie pero deterioradas, las avenidas y calles son un completo
enredo. Caminar por Caracas es casi un reto de algún reality de supervivencia.
La ciudad no está hecha para sus habitantes sino para albergar vehículos y más
vehículos. El transporte público superficial es caótico. El metro ha
desmejorado enormemente su calidad de servicio. Las calles están atiborradas de
motorizados, muchos de los cuales son imprudentes, negligentes e
irresponsables.
Montañas de basura son los nuevos monumentos en los sitios públicos. Los desperdicios danzan al ritmo del viento.
A lo anterior se le suma la sensación de inseguridad. El temor
latente de que alguien te solicite tus pertenencias so pena de atentar contra
tu vida, o peor aun, que estés en el lugar y en el momento equivocado y se
presente una balacera y quedes en medio. No exagero.
Y tampoco se puede dejar de lado la hostilidad que se respira. El
abandono de los buenos modales, la cortesía, la generosidad, la solidaridad y
la hospitalidad es notorio.
La confluencia de estos factores ha convertido a nuestra Caracas en
una verdadera vergüenza comparándola con otras capitales de Latinoamérica.
Esta realidad podemos cambiarla. Tomará su tiempo pero sí se puede.
Si cada uno de sus habitantes y transeúntes pone un grano de ciudadanía,
Caracas y Venezuela cambian. Tú dirás, pero si nos vamos del país, ¿quién hará
cambiar esta realidad?
Los que nos vamos, en buena medida lo hacemos con una profunda
frustración en el pecho por no haber logrado cambiar esa realidad. Por
sentirnos incompetentes con el país. Al menos así me siento yo, que tanto
marché,
que tanto apoyé la causa democrática desde la calle. Ahora me veo haciendo mi maleta para buscar lo que
en mi tierra no conseguí: seguridad, libertad y prosperidad.
Seguridad de transitar las calles y nadie atente contra mi vida.
Libertad de expresarme sin miedo. Prosperidad para mí y mi familia en virtud de
mi esfuerzo. Mis ideales hoy siguen más vivos que nunca. Algún día la sensatez
retornará a mi país y con ella muchos de nosotros.
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